miércoles, 27 de junio de 2012

Algo va mal


 Algo va mal, de Tony Judt: reseña del libro





Tony Judt en este libro intenta desglosar los orígenes, el desarrollo y la decadencia de la socialdemocracia en occidente, el trasfondo histórico comienza en el siglo XX, con la crisis del 29 y el advenimiento de los totalitarismos en países con regímenes parlamentarios, cruza la línea de la segunda guerra mundial y explica las reacciones de los partidos socialdemócratas ante el bloque soviético y su trasformación, la repercusión de la caída de dicho bloque en el Estado de Bienestar y la vorágine neoliberal que desemboca en la crisis del 2008.

En el primer capítulo observamos un análisis de los cimientos del liberalismo: la mano invisible, el provecho individual que se torna colectivo cuando todos lo siguen y la racionalidad de los individuos a la hora de tomar decisiones, intenta darle al altruismo y a la generosidad un rendimiento económico de cero utilizando este tipo de teorías clásicas para dotarlas de una apariencia poco ética al tiempo que le da más importancia a las diferencias salariales entre ricos y pobres frente a la renta per cápita, ya que una sociedad con más movilidad social implica una sociedad más justa, igualitaria y porqué no, más libre. Frente a estos argumentos tenemos enfrentados dos modelos liberales similares y radicalmente opuestos, el anglosajón y el nórdico.

Si bien la creencia en una planificación económica más estatalizada era vista como una solución ante el descontrol económico que desembocó en la crisis del 29, tras la Segunda Guerra Mundial, en la Europa occidental destruida por la guerra, la desacreditación de la fe ciega en un Estado todopoderoso y en un mercado incontrolado, dio pié al sistema mixto que hoy conocemos como socialdemocracia.

Si bien menciona los parches del laborismo británico durante un periodo de crecimiento como los sesenta y setenta, mencionando la construcción de “feos” bloques de edificios en los ensanches industriales, para almacenar a las capas sociales más desfavorecidas, dotando de argumentos a los neoliberales de la ineficiencia de la iniciativa pública, aunque gracias a este tipo de edificios de protección oficial miles de personas accedieron a la vivienda.

Los padres ideológicos del neoliberalismo: Von Mises, Hayek, Schumpeter, Karl Popper y Drucker. Para estos economistas austriacos, la intervención estatal bloqueaba la eficiencia de los mercados a la hora de asignar recursos, fabricar bienes y producir riqueza, tratando a los teóricos de las políticas contracíclicas como Keynes de “adivinos”, ya que se basan en predicciones de futuro que no tienen porque cumplirse. Friedrich  Hayek va más allá y defiende que del fracaso inevitable de la socialdemocracia debido a la ineficiencia de los mercados provocado por el intervencionismo estatal, deviene en el totalitarismo apoyado por las masas desilusionadas, si bien sus planteamientos no se cumplieron, estas teorías de la primera mitad del siglo XX  cuajaron durante los ochenta.

Durante el siglo en el que se forjó el liberalismo, el XIX, el choque entre el libre comercio y las libertades y derechos individuales siempre estuvo presente, ningún Estado occidental acepta como legal que se trafique con personas como si fueran mercancías, o que se pueda discriminar legalmente a una persona por sexo, religión o etnia. Pero sí que  entra a debate si ciertas instituciones públicas (de todos) que ha pagado y mantiene el Estado (todos) y que beneficia a los contribuyentes (todos) se privatizan porque no son rentables, cuando la rentabilidad de unas instituciones públicas que permiten a un núcleo grande de población  una sanidad, educación, una movilidad y una seguridad, a la que no podrían acceder sin su existencia se miden con patrones económicos a corto plazo, por personas que se han beneficiado y han prosperado gracias a estas instituciones, negar a las generaciones futuras de su disfrute es tan inmoral como negarle a un pensionista su pensión tras una vida de privación de excedente marginal de su salario, para gozar de estabilidad económica tras su jubilación.

El fin de la historia tras la caída del muro, la desaparición del bloque comunista presagiaba un futuro de victoria unilateral del sistema liberal frente a sus oponentes marxistas o totalitarios, una transformación del sistema mundial hacia una convergencia ideológica, que favorecería a los mecanismos internacionales de cooperación, una bonita máscara que cayó  con la reconfiguración corrupta y fallida de la mayoría del territorio del antiguo bloque del Este, y a los representantes políticos de la socialdemocracia occidental o se les identificaba maliciosamente con el comunismo o no se diferenciaban de la competencia política neoliberal, cuyo discurso triunfaba apoyado por la “historia”.

Es así como prácticas iniciadas por Reagan y Tatcher, de privatización y desmantelamiento del Estado de bienestar fueron seguidas por sus vecinos independientemente del color político del partido gobernante.

Pero en Europa del Este el debate era diferente, la esperanza de vida cayó casi diez años, ¿es preferente que unos empresarios corruptos dirijan una cleptocracia  a la que llamamos nación o el Estado fallido que teníamos? La respuesta en las urnas da que pensar, políticos autoritarios de discurso nacionalista captando a la población con discursos populistas. El fracaso de Estados basados en la economía de planificación centralizada no ha supuesto la desacreditación de la planificación económica como medio de equilibrar el reparto  de la riqueza en un Estado capitalista, pero eso no ha evitado cierta dejadez a la hora de planificar políticas contracíclicas en periodos de bonanza o de regular unos mercados que alimentan una burbuja de cuya explosión todos tenían conocimiento y cuyas consecuencias repercutirán a todos los niveles de la sociedad.

Una de las claves del triunfo del liberalismo, era la creencia en un Estado meritócrata, en el cual una persona pudiera prosperar económicamente, socialmente y profesionalmente sin importar su “status”, pero una igualdad jurídica es insuficiente a la hora de ejercer realmente la libertad y competir de acuerdo a tus posibilidades, ¿de qué sirve que una persona con potencial para ser un buen abogado y ganar mucho dinero, se desperdicie porque no puede pagar la carrera de derecho?

Si desmantelamos lo que realmente nos ha hecho libres y conscientes de nuestra libertad, lo que nos ha permitido  trabajar en tiempos de paro, curarnos en la enfermedad, envejecer sin recurrir a la caridad, movernos para conocer, estudiar, trabajar o “volver” sin encerrarnos en localismos estériles y nepotismo, por mucho que legalmente la libertad no se vea afectada, el camino trazado lleva a la desigualdad, la pobreza y a la opresión.

Tras la crisis del 29 y la Segunda Guerra Mundial, la necesidad de unión para reconstruir un Estado mejor y más justo cuando en Europa pocos tenían mucho y muchos tenían poco, dio a luz el Estado de Bienestar y el triunfo del laborismo en Inglaterra, del SPD en Alemania y de la socialdemocracia  en Europa occidental (con ibéricas excepciones), así como el New Deal en Estados Unidos, donde muchas de las instituciones públicas que aún funcionan surgieron de este periodo, incluyendo prestigiosas universidades públicas.

Pero los setenta marcaron un antes y un después, la llegada del paro a Estados Unidos hizo que la generación que se lucró con el New Deal, tuviera que pagar más impuestos, un coste “intolerable” que llevó a la  nación por sendas menos intervencionistas, a la desmantelación progresiva de infraestructura pública, olvidando que esa generación, la única generación que se lucró de esas políticas fuera la que acabara con ellas. Mientras que con las sociedades que vivieron guerras y reconstrucciones de dimensiones gigantescas tuvo su esplendor la socialdemocracia, la que se crió en paz, bajo una apariencia de estabilidad y bonanza perpetua dio lugar a las políticas neoliberales y de desregulación económica que han desembocado en la crisis del 2008.  

Observamos que medidas cómo subir los impuestos, tributación progresiva o prolongar la edad de jubilación aterran a la ciudadanía, pero el gasto de sumas astronómicas para salvar entidades privadas cuyo único objetivo es el lucro o el costoso gasto militar para intervenir en lejanos países, es visto con naturalidad.

La disconformidad con lo políticamente correcto, con el sistema político, con el establishment, con la burbuja imperante etc. es marginada. Los grandes debates se dejan en manos de laboratorios de ideas que dejan entrever pocas opciones en los medios de comunicación mientras que el gran abanico de posibilidades queda en la más remota marginalidad académica, pese a que históricamente ha sido así, cuando una idea cala en la sociedad, ya sea política o simple reivindicación de derechos sociales, que van desde el sufragismo, hasta el fin de la discriminación por color de la piel, religión u orientación sexual, una sociedad concienciada y movilizada ha bastado para cambiar las cosas.

La solución está en manos de las nuevas generaciones, de los jóvenes, pero el autor obvia que la mayoría de los votantes en occidente tiene más de 40 años, por mucho voluntariado o implicación en asociaciones u organizaciones, la ausencia de militancia política de gente concienciada con los problemas de la sociedad, implica dejar en manos de mediocres y desalmados el futuro del Estado. La apolitización de la gente válida es el gobierno de los no válidos.

En un periodo de globalización económica y social, en el que las diferencias entre ricos y pobres se dispara, puede parecer que pensar a nivel regional, es pensar en pequeño, pero incluso los teóricos del liberalismo nos hablan de sus peligros, los oligopolios y monopolios, capaces de imponer una oferta, un precio fuera del de mercado debido a la ausencia de competencia, la cual, si existiera puede ser fácilmente engullida por la diferencia de tamaños y capitales. Sin una legislación adecuada, sin una protección política del ciudadano medio, si servicios básicos y vitales públicos, dejan de serlo y caen en manos de corporaciones cuyo único objetivo es el lucro privado, ¿Qué pasaría con la educación o la sanidad si en vez de ser universal y gratuita se valorara en función de “cuantos servicios puedas pagar recibirás”?

Volvemos a la situación del final de la era victoriana, el Estado ha de intentar reparar los desajustes sociales que un mercado desregularizado ha creado. El ferrocarril nos es presentado como agente inmutable de nuestra era, símbolo de pasado y de futuro, así como su pariente el metro y el resto de transportes públicos cuya privatización y búsqueda de beneficios económicos en su gestión, fomenta la marginalidad de las regiones mal comunicadas y el descalabro medioambiental de las autopistas. Es en este aspecto cuando la socialdemocracia aparece, no como la mejor opción, si no cómo la única opción de pasado y de futuro para el bienestar de todos.

Conclusiones:

El autor intenta mostrar el gran valor que ahora tiene un Estado, sea grande o pequeño para el bienestar de los que en el habitan y cómo un Estado democrático ineficiente con unas políticas mediocres puede ser el mejor aliado para una población en crisis y debido a esto a nivel regional haré mis conclusiones.

Nunca en los últimos 50 años un sistema autoritario ha sido tan innecesario cómo lo es ahora, cuando en periodo de bonanza no ha habido políticas contracíclicas ni una mejora en la fiscalidad y reparto de la riqueza, cuando la desregulación y descentralización era aplaudida por todos, el problema está en la ciudadanía,  más que militante, en su mayoría o es Hooligan de un partido de masas o está despolitizada, los engranajes de la democracia que realmente nos hace libres, por el solo hecho de ser humanos, nunca habían sido tan desconocidos por sus beneficiarios, los programas electorales han pasado de ser hojas de ruta que un gobierno debía seguir a simples declaraciones de intenciones, sin penalización en caso de incumplimiento, los sindicatos y la patronal han perdido su condición de lobby de las clases medias y bajas, al tiempo que partidos y sindicatos reciben infames subvenciones estatales desconocidas por la población implicando una mayor importancia del voto a la militancia.

Mientras la sociedad intenta modificar el Estado de derecho mediante concentraciones, manifestaciones y pequeñas huelgas, hemos olvidado que lo realmente importante es la soberanía, la delegación del ejercicio de la misma es lo que crea y cambia gobiernos, Estados y políticas, en una democracia que aspira a volver al camino socialdemócrata, la militancia en partidos es crucial para que los mismos representen realmente a la sociedad y depuren a los que no lo hacen, pero frente a la desgana ciudadana de conocer el sistema que les ampara, los desmanes se han hecho patentes, mínimo personal en control de aduanas, mínimo número de jueces e inspectores de hacienda por cada cien mil personas, han hecho del fraude y la corrupción el peor enemigo de nuestra economía y del Estado regulador, su único aliado.

Pero sin una implicación activa de la masa soberana en el depósito de la soberanía, el ejercicio de la misma no beneficiará a nadie.

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