Tony Judt en este libro intenta
desglosar los orígenes, el desarrollo y la decadencia de la socialdemocracia en
occidente, el trasfondo histórico comienza en el siglo XX, con la crisis del 29
y el advenimiento de los totalitarismos en países con regímenes parlamentarios,
cruza la línea de la segunda guerra mundial y explica las reacciones de los
partidos socialdemócratas ante el bloque soviético y su trasformación, la
repercusión de la caída de dicho bloque en el Estado de Bienestar y la vorágine
neoliberal que desemboca en la crisis del 2008.
En el primer capítulo observamos
un análisis de los cimientos del liberalismo: la mano invisible, el provecho
individual que se torna colectivo cuando todos lo siguen y la racionalidad de
los individuos a la hora de tomar decisiones, intenta darle al altruismo y a la
generosidad un rendimiento económico de cero utilizando este tipo de teorías
clásicas para dotarlas de una apariencia poco ética al tiempo que le da más
importancia a las diferencias salariales entre ricos y pobres frente a la renta
per cápita, ya que una sociedad con más movilidad social implica una sociedad
más justa, igualitaria y porqué no, más libre. Frente a estos argumentos
tenemos enfrentados dos modelos liberales similares y radicalmente opuestos, el
anglosajón y el nórdico.
Si bien la creencia en una planificación
económica más estatalizada era vista como una solución ante el descontrol
económico que desembocó en la crisis del 29, tras la Segunda Guerra Mundial, en
la Europa occidental destruida por la guerra, la desacreditación de la fe ciega
en un Estado todopoderoso y en un mercado incontrolado, dio pié al sistema
mixto que hoy conocemos como socialdemocracia.
Si bien menciona los parches del
laborismo británico durante un periodo de crecimiento como los sesenta y
setenta, mencionando la construcción de “feos” bloques de edificios en los
ensanches industriales, para almacenar a las capas sociales más desfavorecidas,
dotando de argumentos a los neoliberales de la ineficiencia de la iniciativa
pública, aunque gracias a este tipo de edificios de protección oficial miles de
personas accedieron a la vivienda.
Los padres ideológicos del
neoliberalismo: Von Mises, Hayek,
Schumpeter, Karl Popper y Drucker. Para
estos economistas austriacos, la intervención estatal bloqueaba la eficiencia
de los mercados a la hora de asignar recursos, fabricar bienes y producir
riqueza, tratando a los teóricos de las políticas contracíclicas como Keynes de
“adivinos”, ya que se basan en predicciones de futuro que no tienen porque
cumplirse. Friedrich Hayek va más allá y defiende
que del fracaso inevitable de la socialdemocracia debido a la ineficiencia de
los mercados provocado por el intervencionismo estatal, deviene en el
totalitarismo apoyado por las masas desilusionadas, si bien sus planteamientos
no se cumplieron, estas teorías de la primera mitad del siglo XX cuajaron durante los ochenta.
Durante el siglo en el que se
forjó el liberalismo, el XIX, el choque entre el libre comercio y las
libertades y derechos individuales siempre estuvo presente, ningún Estado
occidental acepta como legal que se trafique con personas como si fueran
mercancías, o que se pueda discriminar legalmente a una persona por sexo,
religión o etnia. Pero sí que entra a
debate si ciertas instituciones públicas (de todos) que ha pagado y mantiene el
Estado (todos) y que beneficia a los contribuyentes (todos) se privatizan
porque no son rentables, cuando la rentabilidad de unas instituciones públicas
que permiten a un núcleo grande de población una sanidad, educación, una movilidad y una
seguridad, a la que no podrían acceder sin su existencia se miden con patrones
económicos a corto plazo, por personas que se han beneficiado y han prosperado
gracias a estas instituciones, negar a las generaciones futuras de su disfrute
es tan inmoral como negarle a un pensionista su pensión tras una vida de
privación de excedente marginal de su salario, para gozar de estabilidad
económica tras su jubilación.
El fin de la historia tras la
caída del muro, la desaparición del bloque comunista presagiaba un futuro de
victoria unilateral del sistema liberal frente a sus oponentes marxistas o
totalitarios, una transformación del sistema mundial hacia una convergencia
ideológica, que favorecería a los mecanismos internacionales de cooperación,
una bonita máscara que cayó con la
reconfiguración corrupta y fallida de la mayoría del territorio del antiguo
bloque del Este, y a los representantes políticos de la socialdemocracia
occidental o se les identificaba maliciosamente con el comunismo o no se
diferenciaban de la competencia política neoliberal, cuyo discurso triunfaba
apoyado por la “historia”.
Es así como prácticas iniciadas
por Reagan y Tatcher, de privatización y desmantelamiento del Estado de
bienestar fueron seguidas por sus vecinos independientemente del color político
del partido gobernante.
Pero en Europa del Este el debate
era diferente, la esperanza de vida cayó casi diez años, ¿es preferente que
unos empresarios corruptos dirijan una cleptocracia a la que llamamos nación o el Estado fallido
que teníamos? La respuesta en las urnas da que pensar, políticos autoritarios
de discurso nacionalista captando a la población con discursos populistas. El
fracaso de Estados basados en la economía de planificación centralizada no ha
supuesto la desacreditación de la planificación económica como medio de
equilibrar el reparto de la riqueza en
un Estado capitalista, pero eso no ha evitado cierta dejadez a la hora de
planificar políticas contracíclicas en periodos de bonanza o de regular unos
mercados que alimentan una burbuja de cuya explosión todos tenían conocimiento
y cuyas consecuencias repercutirán a todos los niveles de la sociedad.
Una de las claves del triunfo del
liberalismo, era la creencia en un Estado meritócrata, en el cual una persona
pudiera prosperar económicamente, socialmente y profesionalmente sin importar
su “status”, pero una igualdad jurídica es insuficiente a la hora de ejercer
realmente la libertad y competir de acuerdo a tus posibilidades, ¿de qué sirve
que una persona con potencial para ser un buen abogado y ganar mucho dinero, se
desperdicie porque no puede pagar la carrera de derecho?
Si desmantelamos lo que realmente
nos ha hecho libres y conscientes de nuestra libertad, lo que nos ha
permitido trabajar en tiempos de paro,
curarnos en la enfermedad, envejecer sin recurrir a la caridad, movernos para
conocer, estudiar, trabajar o “volver” sin encerrarnos en localismos estériles
y nepotismo, por mucho que legalmente la libertad no se vea afectada, el camino
trazado lleva a la desigualdad, la pobreza y a la opresión.
Tras la crisis del 29 y la
Segunda Guerra Mundial, la necesidad de unión para reconstruir un Estado mejor
y más justo cuando en Europa pocos tenían mucho y muchos tenían poco, dio a luz
el Estado de Bienestar y el triunfo del laborismo en Inglaterra, del SPD en
Alemania y de la socialdemocracia en
Europa occidental (con ibéricas excepciones), así como el New Deal en Estados
Unidos, donde muchas de las instituciones públicas que aún funcionan surgieron
de este periodo, incluyendo prestigiosas universidades públicas.
Pero los setenta marcaron un
antes y un después, la llegada del paro a Estados Unidos hizo que la generación
que se lucró con el New Deal, tuviera que pagar más impuestos, un coste
“intolerable” que llevó a la nación por
sendas menos intervencionistas, a la desmantelación progresiva de
infraestructura pública, olvidando que esa generación, la única generación que
se lucró de esas políticas fuera la que acabara con ellas. Mientras que con las
sociedades que vivieron guerras y reconstrucciones de dimensiones gigantescas
tuvo su esplendor la socialdemocracia, la que se crió en paz, bajo una
apariencia de estabilidad y bonanza perpetua dio lugar a las políticas
neoliberales y de desregulación económica que han desembocado en la crisis del
2008.
Observamos que medidas cómo subir
los impuestos, tributación progresiva o prolongar la edad de jubilación aterran
a la ciudadanía, pero el gasto de sumas astronómicas para salvar entidades
privadas cuyo único objetivo es el lucro o el costoso gasto militar para
intervenir en lejanos países, es visto con naturalidad.
La disconformidad con lo
políticamente correcto, con el sistema político, con el establishment, con la
burbuja imperante etc. es marginada. Los grandes debates se dejan en manos de
laboratorios de ideas que dejan entrever pocas opciones en los medios de
comunicación mientras que el gran abanico de posibilidades queda en la más
remota marginalidad académica, pese a que históricamente ha sido así, cuando
una idea cala en la sociedad, ya sea política o simple reivindicación de
derechos sociales, que van desde el sufragismo, hasta el fin de la
discriminación por color de la piel, religión u orientación sexual, una
sociedad concienciada y movilizada ha bastado para cambiar las cosas.
La solución está en manos de las
nuevas generaciones, de los jóvenes, pero el autor obvia que la mayoría de los
votantes en occidente tiene más de 40 años, por mucho voluntariado o
implicación en asociaciones u organizaciones, la ausencia de militancia
política de gente concienciada con los problemas de la sociedad, implica dejar
en manos de mediocres y desalmados el futuro del Estado. La apolitización de la
gente válida es el gobierno de los no válidos.
En un periodo de globalización
económica y social, en el que las diferencias entre ricos y pobres se dispara,
puede parecer que pensar a nivel regional, es pensar en pequeño, pero incluso
los teóricos del liberalismo nos hablan de sus peligros, los oligopolios y
monopolios, capaces de imponer una oferta, un precio fuera del de mercado
debido a la ausencia de competencia, la cual, si existiera puede ser fácilmente
engullida por la diferencia de tamaños y capitales. Sin una legislación
adecuada, sin una protección política del ciudadano medio, si servicios básicos
y vitales públicos, dejan de serlo y caen en manos de corporaciones cuyo único
objetivo es el lucro privado, ¿Qué pasaría con la educación o la sanidad si en
vez de ser universal y gratuita se valorara en función de “cuantos servicios
puedas pagar recibirás”?
Volvemos a la situación del final
de la era victoriana, el Estado ha de intentar reparar los desajustes sociales
que un mercado desregularizado ha creado. El ferrocarril nos es presentado como
agente inmutable de nuestra era, símbolo de pasado y de futuro, así como su
pariente el metro y el resto de transportes públicos cuya privatización y
búsqueda de beneficios económicos en su gestión, fomenta la marginalidad de las
regiones mal comunicadas y el descalabro medioambiental de las autopistas. Es
en este aspecto cuando la socialdemocracia aparece, no como la mejor opción, si
no cómo la única opción de pasado y de futuro para el bienestar de todos.
Conclusiones:
El autor intenta mostrar el gran
valor que ahora tiene un Estado, sea grande o pequeño para el bienestar de los
que en el habitan y cómo un Estado democrático ineficiente con unas políticas
mediocres puede ser el mejor aliado para una población en crisis y debido a
esto a nivel regional haré mis conclusiones.
Nunca en los últimos 50 años un
sistema autoritario ha sido tan innecesario cómo lo es ahora, cuando en periodo
de bonanza no ha habido políticas contracíclicas ni una mejora en la fiscalidad
y reparto de la riqueza, cuando la desregulación y descentralización era
aplaudida por todos, el problema está en la ciudadanía, más que militante, en su mayoría o es Hooligan
de un partido de masas o está despolitizada, los engranajes de la democracia
que realmente nos hace libres, por el solo hecho de ser humanos, nunca habían
sido tan desconocidos por sus beneficiarios, los programas electorales han
pasado de ser hojas de ruta que un gobierno debía seguir a simples
declaraciones de intenciones, sin penalización en caso de incumplimiento, los
sindicatos y la patronal han perdido su condición de lobby de las clases medias
y bajas, al tiempo que partidos y sindicatos reciben infames subvenciones
estatales desconocidas por la población implicando una mayor importancia del
voto a la militancia.
Mientras la sociedad intenta
modificar el Estado de derecho mediante concentraciones, manifestaciones y
pequeñas huelgas, hemos olvidado que lo realmente importante es la soberanía,
la delegación del ejercicio de la misma es lo que crea y cambia gobiernos,
Estados y políticas, en una democracia que aspira a volver al camino
socialdemócrata, la militancia en partidos es crucial para que los mismos
representen realmente a la sociedad y depuren a los que no lo hacen, pero
frente a la desgana ciudadana de conocer el sistema que les ampara, los
desmanes se han hecho patentes, mínimo personal en control de aduanas, mínimo
número de jueces e inspectores de hacienda por cada cien mil personas, han
hecho del fraude y la corrupción el peor enemigo de nuestra economía y del
Estado regulador, su único aliado.
Pero sin una implicación activa
de la masa soberana en el depósito de la soberanía, el ejercicio de la misma no
beneficiará a nadie.
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